El Tupaó Tuya sucummió ante el error
La Iglesia Antigua
Esta obra levantada con sacrificio y piedad sucumbió ante el golpe infernal de las piquetas el 4 de noviembre de 1980, convirtiéndose en polvo una valiosa obra histórica de significativa arquitectura.
Hasta hoy no es posible precisar el lugar que eligió el indio José para levantar su rancho en Caacupé. Lo hizo de paja y estaqueo para cobijar la sagrada imagen y protegerla de la intemperie, pues sería por poco tiempo, hasta la terminación del trabajo encomendado por el padre doctrinero: conseguir madera para construir viviendas en Atyrá, dedicadas a las familias indígenas que abrazaron el cristianismo.
El indio José nunca pudo haber pensado que su llegada a Caacupé estaba marcando un acontecimiento histórico; la pequeña sagrada imagen estaba destinada a despertar la fervorosa devoción de todo un pueblo, y ese lugar de modesto trabajo, era el elegido por Ella para su eterna morada.
Cuenta la tradición que el indio José se estableció a un cuarto de legua del centro de la actual Caacupé, cerca de Zanja Hú en el lugar denominado Comisaría Cué, donde manaba un manantial conocido como Tupasy Ycuá.
La imagen paso los últimos días de su vida privada en medio de enhiestos arboles en aquel ranchito de paja y estaqueo; el humilde hogar se convirtió en santuario despojándolo de su intimidad. Los vecinos se enteraron de que el indígena recién llegado tenia consigo una imagen de belleza sin igual.
La paz también abandono a José, quien en sus horas de descanso tenía que armarse de paciencia para atender de la mejor manera a los vecinos que llegaban de todas las direcciones, para embelesarse con la bellísima imagen. La afluencia de devotos aumentaba día a día, los domingos se formaban grupos a cada instante para rezar el rosario.
Obligado por el ritmo que iba cobrando la devoción mariana, construyo José un pequeño oratorio cerca de su morada, presagiando quizá que andando el tiempo, el reino de aquella modesta imagen no tendría fin. En este pequeño oratorio María Santísima comenzó a hacerse amar por todo un pueblo; tosco y reducido, sin duda, pero hecho con entrañable amor, fue el primer trono que tuvo la Virgen para obrar milagros y hacerse llamar Bienaventurada en nuestra tierra.
Dijimos que el indio José abandono la comunidad de Atyrá solo por un tiempo, para cumplir con el trabajo encomendado por el padre Doctrinero, pero encariñado con la comarca ubicada en Caagüy Cupé, resolvió quedarse definitivamente. Un designio misterioso lo encadenaba a ese paraje, no sabía (no pida saberlo) que por su mediación, allí se iba a producir la veneración de todo un pueblo a la Santísima Virgen. La sagrada imagen de su pertenencia, se convertía paulatinamente en la representación material que nuclearia en torno suyo a tantas generaciones paraguayas.
Además del misterioso encadenamiento se sentía feliz con el vecindario, una apacible comunidad de creyentes giraba en torno al tosco oratorio, con la alegría intima que brotaba de la devoción a la Virgen. Alguna intuición o voz interior se habrá hecho sentir para decirle que Caacupé era la tierra prometida, que allí tenía que afincarse definitivamente por ser este el lugar elegido por la Providencia; allí tenía que vivir y morir, allí tenía que quedarse para siempre la sagrada imagen.
Así habrá sido, para que complacido, el indio José se quedara a vivir en Caacupé; es probable que a avanzada edad (en el año 1793 según Félix de Azara) le haya llegado la muerte, y fue enterrado cerca del oratorio. La esposa, el hijo y los vecinos no podían abandonar ese lugar. Un oratorio, una tumba, rodeados por una población en el cual comenzaron a palpitar los primeros sentimientos de patria en ese rincón de la serranía.
De acuerdo a la voluntad del único vástago del indio José, se decidió que la sagrada imagen debía seguir dentro de la comunidad que con tanta veneración la rodeaba; pero esa voluntad no fue respetada. Alguien (no se sabe quién) la llevo a la ciudad de Tobatí, volviendo así por algún tiempo a su lugar de origen. La desolación desintegro el vecindario con la misma celeridad con que se había formado.
En 1750 la familia Aquino recibió a un hombre venido de Tobatí que ofrecía la imagen bajo la condición de levantársele un oratorio en terreno propio. No hubo acuerdo sobre el terreno propio, pero aparece una gran matrona caacupeña (Juana Curtido de Gracia) que ofrece cuatrocientas varas cuadradas de su propiedad.
La llegada de la imagen al hogar de esta señora marca el inicio de la gran historia de Caacupé; la fundadora del pueblo a través de esa pequeña replica de su Concepción Inmaculada, es la santísima Virgen.
El primer santuario dedicado oficialmente a la Virgen de los Milagros fue levantado en el terreno donado por doña Juana Curtido de Gracia, luego de una serie de acontecimientos providenciales. La construcción efectiva comenzó el día 4 de abril de 1770, en el mismo lugar ocupado actualmente por la basílica. Esta fecha fue la elegida por el gobernador Carlos Morphi para fundar Caacupé, reconociendo su merecimiento como centro religioso y lugar de peregrinaciones.
Una vez comenzada la obra no paró hasta su terminación con el consiguiente desbordante entusiasmo del pueblo; pero ciertamente su inicio no fue fácil.
Unos querían levantar el templo en el terreno donado por doña Juana Curtido de Gracia y otros en Loma Guazú. Este terreno ya esta afianzado por escrituras públicas, opinaban los primeros; por la otra parte, los partidarios de Loma Guazú decían que ese lugar era el más apropiado por ser de mayor altura y de gran belleza.
Instalada la controversia, se recurrió al arbitraje del Juez Comisionado y Jefe Político residente en Tobatí, quien falló a favor de los partidarios de Loma Guazú, donde comenzó de inmediato la construcción del templo; pero todo lo que se construía rodaba por el suelo debido a torrenciales lluvias, tormentas, incendios o temporales, contratiempos en los cuales los vecinos creían ver una desaprobación divina.
Al final, los partidarios de Loma Guazú se rindieron y comenzó la nueva construcción en el terreno donado por doña Juana Curtido de Gracia; allí por lo visto estaba la predilección de la Virgen de los Milagros.
Es de señalar que el antiguo Oratorio fundado por el indio José, 166 años después, fue elevado a la categoría de Capilla por pedido de Andrés Salinas, clérigo presbítero y Tte. Cura del Cura Rector del Partido de la Cordillera, debido al “desamparo y grande desconsuelo espiritual en que se halla la feligresía del Valle de Caacupé e Itá Ybú, por la distancia en que se hallan las parroquias parea el cumplimiento del precepto de la misa y demás espirituales socorros”. Y agregaba que lo hacía “a instancia y común clamoreo de los referidos feligreses; y en su conformidad celebrar el Santo Sacrificio en ella, administrar todos los Sacramentos y hacer entierros con los demás anexos”; admite que el Oratorio debe tener “la necesaria decencia y ornamentos precisos, y si algo faltare para la administración de los Sacramentos, procurara con toda eficacia y puntualidad proveer de ellos mediante la contribución de limosna de los fieles, las que hay suficientes”.
La solicitud fue proveída favorablemente por el Obispo don Manuel de Espinoza Díaz, Venerable Dean y Cabildo Gobernador Episcopal, en fecha “primero de setiembre de mil setecientos sesenta y nueve”, de la que dio fe el Dr. Antonio de la Peña fue designado diputado, “para que practique o mande practicar el reconocimiento de dicho lugar, sus ornamentos, vasos sagrados, y demás concernientes a su decencia para lo expresado y administración de los sacramentos que refiere, como también la adjudicación del territorio y feligresía dicho Tenientazgo”.
El Dr. Antonio de la Peña informo que en cumplimiento de la diputación “mande que el Maestro don Gaspar de Medina, Cura Rector de la Parroquial Iglesia de Piribebuy del Señor de los Milagros, pase a la Capilla que se refiere de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé, y reconozca toda aquella formalidad debida, la decencia de los ornamentos, vasos sagrados, y demás concernientes y necesarias para la celebración del Santo Sacrificio de la Misa; como también lo material de la expresada Capilla y su situación, y practicada, devolverá el expediente que de ella redituaren, así lo proveo y mando en esta mi hacienda a tres de octubre de mil setecientos sesenta y nueve años y firme con testigos”. Los testigos firmantes fueron los señores Juan de la Guardia y José Cueto.
Cuando sobrevino el reconocimiento de Morphi Caacupé era ya un centro religioso de cierta importancia; Carlos Morphi, gobernador de origen irlandés al servicio de la corona española, sentía muy hondamente la devoción a la Madre de Dios, de ahí su interés por potenciar el principal centro mariano.
No obstante, Caacupé seguía formando una sola circunscripción con Tobatí y Capilla Duarte llamada luego, hasta el día de hoy, Arroyos y Esteros. Así siguió Caacupé hasta el gobierno de don Carlos Antonio López.
Entr4e tantas tareas de dimensión nacional, don Carlos estaba empeñado en la reorganización general del país luego de la larga dictadura del Dr. Francia. Convencido de que la circunscripción era de dimensión excesiva en detrimento de su progreso, dispuso su división en tres partidos independientes; así Caacupé alcanzo su independencia con jurisdicción limitada y autoridades propias el 7 de octubre de 1848; don Juan Bautista Zaracho fue el primer Jefe Político y Juez de Paz de Caacupé.
Las peregrinaciones y concentraciones en torno al santuario eran cada vez más numerosas; esa época fue como un renacimiento religioso en todo el país. Los caminos eran de tierra y escaseaban los puentes sobre los ríos y arroyos; no obstante, los numerosos peregrinos llegaban hasta de puntos relativamente distantes. La caballería y las lentas caravanas de carretas transitaban por todos los senderos, mientras la vida lugareña se desenvolvía tranquila en torno a la sagrada imagen.
En 1852 un rayo cayó sobre la iglesia dañando en parte la imagen. Una gran tristeza se apodero de los creyentes que pronosticaron oscuros vaticinios, cumplidos luego al desencadenarse la Guerra de la Triple Alianza o “Guerra Grande”. En 1856 por tercera vez se amplió el santuario que en terreno propio, cobijaba a la Virgen que recibía la veneración de sus hijos. Esta apacible tranquilidad se vio turbada durante la primera etapa del gobierno de Francisco Solano López.
Una disposición gubernamental ordenaba la construcción de un templo en una de las prominencias de la serranía hacia el lago Ypacaraí. Una tremenda tristeza se apodero de la comunidad caacupeña, puesto que a ese templo seria trasladada la imagen de la Virgen de los Milagros, vértice luminoso del más hondo sentimiento colectivo. El gobierno intentaba asociar materialmente la sagrada imagen con el Lago Ypacaraí donde fuera encontrada flotando sobre el agua.
Del otro lado, en Patiño, se encontraba la casa de campo de la familia López; un santuario en frente, en un lugar destacado, daría magnificencia al paisaje. Su aguda torre se reflejaría a la mañana sobre el esplendido lago. El tesoro de la Virgen ascendía en ese entonces a 60.000 duros, además de una valiosa colección de joyas; con semejante suma bien administrada, se podía levantar un santuario realmente imponente. Estando en ejecución los trabajos de desmonte, sobrevino el tremendo azote de la guerra y entonces todo quedo paralizado.
Perdida la batalla de Piribebuy el día 12 de agosto de 1869, el Mariscal López abandono Azcurra para dirigirse hacia San Estanislao por el camino de Caraguatay. La campaña de la Cordillera iba a marcar la última etapa de la guerra.
Paso por Caacupé y ordeno la evacuación del pueblo que se cumplió en forma limitada, dada la premura del tiempo y la dificultad de su realización. Existía en Caacupé un hospital improvisado a cargo del Dr. Domingo Parodi, médico italiano al servicio del Gobierno; el Mariscal López le hizo pagar su sueldo atrasado y le dejo dinero suficiente para la atención de numerosos enfermos y heridos que allí yacían.
Paso luego a hablar con el guardián del Santuario, el diacono José del Pilar Giménez. Como en el santuario se guardaba una considerable fortuna en dinero efectivo y en joyas, ordeno cargarse con todo en salvaguarda de la rapiña de los enemigos.
El joven diacono dio cumplimiento a la orden, y cargado con los tesoros de la Virgen se sumo a la caravana que se dirigía hacia Caraguatay. La imagen sagrada se quedo encerrada en el santuario despojada de su corona imperial (donada por los López) y de sus joyas.
El tesoro de la Virgen, amontonado lentamente por la generosidad de sus hijos, estaba destinado para la construcción de un templo más acorde con la magnificencia de una reina. Después de la batalla de Acosta Ñu todo ese caudal del pueblo paraguayo cayó en manos de los brasileños. Así se perdió el tesoro de la Virgen, escamoteado por la voracidad enemiga. Entre las joyas de mayor valor estaba la corona que le había regalado a la Virgen una de las hermanas del Mariscal, doña Inocencia López de Barrios; era esta corona de oro purísimo, adornada con piedras preciosas.
En 1883 se reconstruyo el templo mirando al S.O.; en 1885 durante la presidencia del Gral. Bernardino Caballero se completo la torre, el frente y otros detalles de la morada de la Virgen. En la Guerra Grande era lugar de recogimiento y de hospital; durante la guerra con Bolivia (1932-35) era como el Altar de la Patria. Periodistas, historiadores, poetas y literarios, escribieron y cantaron a la Virgen y a su sagrada morada.
Fue precisamente en la Guerra del Chaco que creció y llego a su cúspide la fe popular en la Virgencita Azul. Las madres, las novias e hijas y los mismos combatientes, pusieron los ojos en Ella con la fe puesta para la salvación de la Patria. Nuestros poetas nativos, las trovas juglarescas de los humildes hijos de la tierra vestidos de verde olivo, llenaban las páginas de los periódicos y gacetillas de aquellos tres terribles años.
Los ex votos llenaban las paredes de aquella iglesita de mampostería, tan nuestra en la humildad de sus vigas con salutación angélica y su nombre de basílica, que no le quedaba grande, porque le había construido el alma popular sin vanos y pomposos devaneos. Allí las lágrimas de las madr4es acongojadas regaron las flores del altar; allí las preces de las niñas encendieron los cirios en llamas de amor; allí las doncellas depositaban el casto tributo de sus cabelleras y trenzas rubias, trigueñas o morenas.
Y esta obra levantada con sacrificio y piedad sucumbió ante el golpe infernal de las piquetas empuñadas por los propios caacupeños. Esto ocurría el 4 de noviembre de 1980, convirtiendo en polvo una valiosa obra histórica de significativa arquitectura. La historia del Tupaó Tuyá duró exactamente 210 años y 7 meses, siendo el 4 un número emblemático de esta historia.
La primera piqueta hizo de las suyas a las 6 en punto del martes 4 de noviembre de 1980, luego de la Misa de las 5 de la mañana donde monseñor Demetrio Aquino, Obispo de la Diócesis de Caacupé, pronuncio la última homilía que escucharían esas paredes benditas del viejo templo.
Santuario Virgen de Caacupé |